Durante estos treinta y cuatro años se publican, aparte de las dos novelas citadas, La cara de la desgracia (1960), Jacob y el otro (1961), El astillero (1961), Tan triste como ella (1963), Juntacadáveres (1964), La muerte y la niña (1973), Dejemos hablar al viento (1979) y Cuando entonces (1987), obras de envergadura muy dispar pero todas magistrales por razones en definitiva concurrentes, dado que en todas ellas el arte narrativo de Onetti, ya en plenitud, se despliega con su peculiar intensidad. La mayor parte de estas novelas ingresan en el espacio mítico de Santa María, alumbrado ya en La vida breve (1950) y que constituye el trasfondo de cerril y obstinada desolación sobre el que se perfilan unos personajes a menudo recurrentes, cuyos destinos se dejan entrever de un libro a otro, correspondiendo al lector la tarea de reconstruir, a veces a partir sólo de indicios muy fragmentarios, su delirio o su derrota. Así pasa con el doctor Díaz Grey, sin duda la presencia más constante en el orbe onettiano, o con Larsen, que protagoniza esa prodigiosa secuencia invertida que constituyen El astillero y Juntacadáveres, dos títulos mayores sobre los que se sustenta buena parte de la fama y la devoción que la obra de Onetti no deja de cosechar. Al lado de estas dos cimas narrativas, nouvelles como La cara de la desgracia, Jacob y el otro o La muerte y la niña, publicadas a menudo como simples relatos, son modelos de construcción casi perfecta, en los que, con sutil maestría, el estilo de Onetti se muestra como nunca preñado de sugerencias.