Argumento de Nuevos Versos y Canciones, de Arthur Rimbaud
Estos versos fueron escritos por Arthur Rimbaud en París, Bruselas, y otros lugares [no registrados] hacia el año 1872; con la excepción de «¿Qué nos importan, corazón mío?», que data de 1871. Mucho de lo trabajado en este período fue incluido por el mismo autor, un año más tarde, en Una temporada en el infierno: un extenso poema, como ya sabemos, escrito en prosa. Pero en estos Nuevos versos, a diferencia de sus primeras composiciones, comienza a manifestarse un siniestro hermetismo. Como una enredadera que crece en las murallas de un castillo, Rimbaud se propone encerrar pero todavía no destruir las formas de versificar de la tradición poética francesa: versos impares [cf. Larme, Chanson de la plus haute tour, L'éternité, L'âge d'or, Honte], con frecuencia mezclados con versos regulares [cf. La rivière de Cassis, Comédie de la soif], que se liberan de la tiranía de la rima perfecta [cf. Jeune ménage, Larme]. Pero no existirá tal «hermetismo» si primero no cae el castillo más poderoso de todos: el idiomático. Se lo debemos a Rimbaud, a su origen de «clase», a su absoluta modernidad, a su radical exilio de occidente. Esta traducción, si bien reconoce el notable trabajo de poetas y críticos españoles como Javier del Prado o Miguel Casado, intenta adaptarse al tiempo y lugar que nos constituye. Son las determinaciones económicas, en primera instancia, las que prefiguran al hecho estético. Estos versos fueron escritos por Arthur Rimbaud en París, Bruselas, y otros lugares [no registrados] hacia el año 1872; con la excepción de «¿Qué nos importan, corazón mío?», que data de 1871. Mucho de lo trabajado en este período fue incluido por el mismo autor, un año más tarde, en Una temporada en el infierno: un extenso poema, como ya sabemos, escrito en prosa. Pero en estos Nuevos versos, a diferencia de sus primeras composiciones, comienza a manifestarse un siniestro hermetismo. Como una enredadera que crece en las murallas de un castillo, Rimbaud se propone encerrar pero todavía no destruir las formas de versificar de la tradición poética francesa: versos impares [cf. Larme, Chanson de la plus haute tour, L'éternité, L'âge d'or, Honte], con frecuencia mezclados con versos regulares [cf. La rivière de Cassis, Comédie de la soif], que se liberan de la tiranía de la rima perfecta [cf. Jeune ménage, Larme]. Pero no existirá tal «hermetismo» si primero no cae el castillo más poderoso de todos: el idiomático. Se lo debemos a Rimbaud, a su origen de «clase», a su absoluta modernidad, a su radical exilio de occidente. Esta traducción, si bien reconoce el notable trabajo de poetas y críticos españoles como Javier del Prado o Miguel Casado, intenta adaptarse al tiempo y lugar que nos constituye. Son las determinaciones económicas, en primera instancia, las que prefiguran al hecho estético.0