El mundo que vivimos se mide por lo que tiene y no por lo que es, por lo que consume y no por lo que crea, por lo que luce y no por lo que siente, por lo que calla y no por lo conmueve. Un mundo de clandestinos que alaban al amanecer el becerro de oro y que blasfeman contra él al amparo de la intimidad de una noche en la que se siente, sin arreglo posible, el desamparo que gesta tanta y tanta injusticia.
Hay que decir todo esto; pero, para decirlo, hay que desnudarse como un eremita, renunciar a glorias, esquivar vanidades y amar la verdad como Marcial amaba la tierra en que podía vivir con poco.
Eso ha hecho Juan G. Atienza enel libro que sigue a esta palabra mía, tan poco y de tan poco.
Antonio Alvarez Solis