Qué lejos quedaron las mujeres que transitaban la dulce espera en sus
casas tejiendo el ajuar de su bebé. La mujer actual trabaja hasta que el
cuerpo se lo permite y hasta miente la fecha de parto para no quitarle
días a su acotada licencia por maternidad. Mientras la panza le crece y
las hormonas la enloquecen, chequea en Internet cada síntoma, se anota
en yoga, esferodinamia, eutonía, hace casting de obstetras, el médico la
reta si engorda, continúa con su vida social, se hace ecografías 4D,
intenta no descuidar a su marido -si es que lo tiene-, sigue semana a
semana el crecimiento de su bebé con decenas de libros como si todos los
embarazos fueran iguales, hace el curso preparto, pide el asiento en el
transporte público, aguanta los baches de las calles, esquiva las
opiniones de todo el mundo, discute sobre qué tipo de parto quiere. Todo
mientras el sueño, el hambre, el llanto y la risa se apoderan de ella.
Así se prepara para el gran día.