En el segundo de los textos, Pasolini reconstruye, como en una película mental, las secuencias más significativas de su caótica, alegre y densa experiencia neoyorquina: noches febriles en Harlem con jóvenes activistas negros, reuniones en el Village con miembros de la Nueva Izquierda pacifista, encuentros fraternales con poetas como Allen Ginsberg. El regreso inesperado de una voz fresca, dura y generosa, que nos llega de otro tiempo y nos recuerda el compromiso imprescindible con el pensamiento de la subversión y la subversión del pensamiento.