No es cierto que estemos cerca del fin del trabajo, al contrario: los asalariados deben ser cada vez más versátiles para poder afrontar un número siempre creciente de tareas. Al exigir una dedicación siempre mayor al trabajo, ya no hay límites a la implicación personal de los trabajadores en sus empleos. El problema, para Cohen, parte de que, si bien es verdad que el progreso técnico libera progresivamente al hombre de la necesidad, no le libera de la propia técnica. Al soslayar esta paradoja han surgido falacias que creen en un futuro de vino y rosas, un nuevo Edén en que el hombre se limite a disfrutar y las máquinas a producir. Cohen demuestra que se trata más bien de lo contrario: con el progreso técnico el factor humano es cada vez más determinante. Como resultado, los salarios suben, pero a cambio las empresas se tornan más exigentes, y el estrés acaba convirtiéndose en el modo de regulación de la sociedad post-fordista.