Hay en estas páginas emociones y certezas, amor y miedo. La culpa, la orfandad, la madurez, la esperanza. resuenan también aquí. Hay, además, una ciudad bellísima y humilde al mismo tiempo, Roma, cuyas calles recorre Marzia en largos paseos que parecen no tener fin y que cifran parte de su existencia: ella es tanto esperar como perderse.
El campo contra la ciudad o más allá de la ciudad, como en las novelas de Pavese; el río Tíber y su discurrir moroso pero que arrastra todos los pensamientos; el amor de un hombre que sabe acompañar en el paseo; una casa que nunca hemos visitado a pesar de conocer tanto a sus inquilinos. Ésta no es la historia de un desencuentro, sino la de muchos encuentros. Conmovedora unas veces, alentadora otras, la dulce melancolía de Nuestras calles va a ofrecernos tanto consuelo como esperanza.