Y sin embargo nos preguntamos: ¿es posible no creer en el Paraíso cuando todo a tu alrededor es un Infierno?
-No.
¿Puede una hija adolescente sobrevivir a las ensoñaciones delirantes de una madre insatisfecha y a las enseñanzas de un padre empeñado en sostener las furias y fobias de un troskismo trasnochado?
-Más o menos pero más bien menos que más. Eso cuenta esta novela.
Porque la adolescencia duele pero es quizá el único momento de la vida en que se está verdaderamente dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de lo que sea sin un ápice de culpa. Porque Genoveva tiene dieciséis años, estudia en un colegio de monjas y vive, como ella dice, en el Culo del Mundo, en un pueblo de la Latinoamérica profunda donde la modernización está llegando de la mano del narcotráfico. Porque no le gusta lo que ve, no le gusta lo que toca, no le gusta ni la vida que tiene ni la vida que le espera. Y por eso -y por lo otro-, con una voz contradictoria, intensa, impúdica, impávida y casi amoral a fuerza de tanta inocencia que destila, nos cuenta sus secretos y sus anhelos y los claroscuros de una espiritualidad crédula dispuesta a creer en lo que sea con tal de salir del aquí para llegar vete tú a saber dónde.