La estructura del libro es tan breve e íntima, que a medida que lo leemos el texto cobra más el aire de una confesión donde un narrador donjuanesco, socarrón y travieso, cuenta deslices y correteos con pinceladas sabrosas y realistas para, acabada su odisea, caer rendido a los pies de su Penélope.
La brevedad lírica y profunda, la apabullante sinceridad de una segunda parte, merecen un tranquilo discurrir por la primera, ya que semejantes colofones sólo cobran su verdadero sentido si hemos sabido acompañar al viajero por cada una de sus anteriores etapas.
Abel Pohulanik