Durante el viaje de vuelta a Madrid madre e hijo intercambiaron relatos de aventuras, confesiones, información, besos, abrazos, caricias, achuchones y llantos, muchos llantos. En ese tránsito espacial, auxiliados en todo momento con el puntual y leal asesoramiento del médico de cabecera y cama de Virginia, decidieron los pasos a seguir tras su poco triunfante regreso a la capital de España.
En primer lugar tratarían de justificar "lo" de Concha como un claro supuesto de "síndrome de estocolmo" favorecido por la baja extracción social de la muchacha. Harían ver al Gobierno de la nación, periodistas, amigos y público en general, que la chica había alentado siempre en su interior una ideología marxista y reivindicativa próxima a "Comisiones Obreras". Por ello no era de extrañar que el contacto con sus captores y las sesiones de adoctrinamiento a las que habían sido sometidos, hubieran terminado con influir negativamente en su impresionable cerebro, que padecía una debilidad crónica como consecuencia de una inadecuada alimentación desde la infancia. En esas condiciones no era chocante que hubiera decidido unirse a los que habían sido sus captores y torturadores