La caída de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955 transformó su movimiento en el territorio de una intensa disputa político-ideológica. La correspondencia con John William Cooke, los ?caños? caseros de la resistencia espontánea de los trabajadores a la contrarrevolución Libertadora y el poderoso impacto de la Revolución Cubana habilitaron nuevas tendencias. Por cierto, esto no sucedía tan solo en el peronismo: era un signo de ese tiempo. Los horrores del gulag estalinista avanzaron hasta la tapa de los diarios moscovitas, los primeros estertores del conflicto chino-soviético asomaron cautamente, mientras la momificada Iglesia católica iniciaba un giro inédito cuando los conservadores pasillos del Vaticano alumbraron la crisis latinoamericana y la teología de la liberación comenzó a abrirse camino. Todo parecía posible. La guerrilla vietnamita puso en jaque a la primera potencia militar del planeta. Apenas antes, los estudiantes franceses estrecharon las manos de los trabajadores de la Renault, a la vez que marchaban empuñando las banderas rojas del socialismo libertario y la mítica boina del Che ?asesinado en la selva boliviana por sicarios de la CIA? iluminaba la escena. El viejo mundo temblaba: una nueva generación con renovado equipaje intelectual había ingresado al ruedo y se proponía derrumbarlo definitivamente. Ese programa común arribó a Buenos Aires y las barricadas del Cordobazo comenzaron a darle forma. Como parte de ese movimiento, como integrante de la nueva izquierda, Montoneros irrumpe, y Roberto Cirilo Perdía, uno de sus dirigentes fundamentales, da cuenta de una lucha que para bien y para mal cambió para siempre el devenir de la Argentina. Los países jóvenes, nos recuerda Borges, tienen una historia viva. Si no la entendemos, este presente se torna absurdo, y cambiarlo en cualquier dirección valiosa resulta imposible. Sin arriar ninguna bandera, Montoneros cuenta la historia de una generación, de una experiencia, y hace un balance posible del último horizonte revolucionario de la Argentina del siglo XX. Alejandro Horowicz