Monseñor Romero, asesinado junto al altar mientras celebraba la eucaristía el 24 de marzo de 1980, se unió con su muerte a las decenas de miles de salvadoreños y salvadoreñas que murieron víctimas del conflicto que devoró a su pequeña nación en América Central. Desde entonces ha ido aumentando su significación y relevancia internacional. Actualmente, el solo nombre de Romero evoca la costosa opción por los pobres de la Iglesia, el desafío evangélico para hacer frente a la injusticia, la llamada cristiana al seguimiento en un mundo en conflicto, y un nuevo rostro de la santidad para nuestro tiempo. JAMES R. BROCKMAN (1926-1999), jesuita estadounidense, destinado como administrador del colegio de San José en Arequipa (Perú), tras seguir de cerca el drama de Romero desde 1970 y su asesinato, decide investigar su vida y, para ello, viaja a El Salvador. Allí, dadas las circunstancias de persecución y peligro para su vida, decide hacerse llamar «Míster Brockman», sin revelar su identidad de sacerdote y jesuita para recabar datos sin problema. Su biografía, que sirvió de base para la película Romero (1989), de John Dulgan, es la semblanza de referencia del mártir de América.