Miguel fue un fuguista. No hubo barrotes, cerrojos, candados ni puertas blindadas que resistieran su ansia de libertad. Pero pasó 36 años en las prisiones de toda España. Vivió intensamente, se enamoró, engendró dos hijas, estafó, robó, recorrió los montes de Andalucía con la policía tras de él, leyó a Nietzsche y no hubo un momento en su vida en que se apartara de su único norte: el amor por su familia y la lealtad a los amigos.
Nunca cometió un delito de sangre, pero sufrió todos los delitos del sistema. La España democrática olvidó a un hombre que supo luchar por su libertad, pero que no supo mantenerla.
En febrero de 2012, a punto de cumplir 62 años, salió por primera vez de la cárcel sin ninguna deuda pendiente. Se había convertido en el primer hombre al que dos gobiernos democráticos distintos le habían concedido tres indultos en menos de un mes. Entonces, se enfrentó a la libertad y abrió su primera cuenta corriente.