No, su padre no era carpintero realmente. El padre de Kenny Kemp era farmacéutico, y le gustaba hacer bricolage en casa. Era un hombre que siempre sabía sacar provecho de las cosas viejas y olvidadas. Un viejo tablero podía convertirse en una casa, un balancín o una mesa. Poco después de su fallecimiento, Kenny Kemp viajó a San Diego para enfrentarse a la desagrable tarea de hacerse cargo de los objetos personales de su padre. En el garaje le asaltaron los recuerdos la vez que su padre le ayudó a construir un coche de carreras con una escoba y un tambor de lavadora, o cuando le hizo una mochila con un marco de aluminio. Buenos y malos recuerdos se sucedían en su cabeza.brEl resultado es este libro la historia de un padre manitas que ayudó a su hijo a convertirse en un hombre bueno con las sencillas enseñanzas del día a día.