«Es lo que pude rescatar de ese amanecer, junto a mi Néstor. Dormías tan plácidamente, con tu boquita extendida hacia la almohada, babeando tu exquisita saliva seca, con tu nariz enrojecida por el ronquido, mi niñito más hermoso. Tu oreja derecha estaba más grande que nunca, lista para escuchar mi voz del despertar, pero dormías tan tranquilo, con tu cabello húmedo por las sábanas pegado a tu cuero cabelludo, tus cejas pobladas totalmente aguadas en tu piel de macho huaso, y lo mejor? tus pestañas, siempre tan largas y onduladas, con tus párpados caídos por el sueño eterno. Un sueño que parecía no acabar. Y yo, observándote, obnubilado. No quería despertarte jamás, porque habías dormido a mi lado la noche entera. Sólo la Madre Tierra sabe lo feliz que fui al tenerte, tan libre a mi lado en una cama geográficamente distante. Guagüito rico, sólo hoy te pude observar tal cual eras: un bebé macho maduro bajo mis brazos, con tu camiseta de dormir celeste, sobre almohadones celestes y tus brazos velludos de hombre, por cualquier ángulo que se le pudiese ver. Eras tú, mi amor más hermoso».