El despacho de Javier Saavedra ha sido siempre un lugar de cruce de historias singulares: por él pululan mafiosos italianos, con sus trajes impecables y sus buenas maneras, y atracadores de barrio de chulería castiza; traficantes de drogas, millonarios de los que frecuentan la lista Forbes y altezas reales de algún país del Este; habituales del papel couché y acusados de asesinato por no hablar de alguien que nunca pudo pisar su oficina, pero a quien, como miembro de su equipo legal internacional, Saavedra hizo todo lo posible por salvar la vida: Saddam Husein.
Algunos podrían decir que el suyo es un bufete ecléctico y «mediático», por lo conocido de buena parte de su clientela; el propio Saavedra lo resumiría más bien señalando que en él, simplemente, cumple un principio esencial democrático: el que garantiza que toda persona, desde la víctima de una calumnia al más detestable de los delincuentes, debe disponer de un abogado.
Hijo y nieto de alcaldes, tras una activa incursión en la política, la vida llevó a Javier Saavedra por los caminos del derecho, con algunos casos penales de los que hicieron historia en España Crimen del Rol, Costa Polvoranca y, en el terreno del honor y la intimidad, dos clientes que en la época formaban la pareja más de moda de todo el país: el conde Alessandro Lecquio y Ana García Obregón.
Tras los primeros éxitos en este campo, han llamado a su puerta muchos de los protagonistas (y víctimas no pocas veces) de las revistas y la televisión del cotilleo, entre los que se cuentan Rocío Carrasco y Fidel Albiac, la duquesa de Alba, Mª Teresa y Terelu Campos, Isabel Pantoja, Julián Muñoz y, de su mano, la Operación Malaya. Al mismo tiempo, ha participado en juicios de muy distinta índole pero igualmente afamados, como el de Ertoil, la Operación Temple y, por supuesto, los dos que sentaron en el banquillo a Tony Alexander King como acusado de asesinato.
De todos ellos y de otros muchos, de Málaga, de la justicia española y de la «prensa rosa», tiene Javier Saavedra mucho que contar. Y su testimonio se hace eco en las páginas de este libro.