Hasta tanto el hombre, en su breve paso por este mundo, no se decida a reconocer que, por encima de los valores humanos, sólo debe primar la de un mundo sin menoscabo y sin corrupción institucional; colocando en su camino la piedra filosofal de la autoreflexión y, en la prioridad de su agenda, el estruendo de los cañones, que todavía retumban sobre las osamentas retorcidas tendidas en los campos de batallas, a fin de inventar la paz donde no existe y reconstruirla donde una vez vivió. Tampoco serán suficientes dos mil cumbres para alcanzar lo que con tanto empeño anhelamos los seres humanos. No bastará el vuelo grácil de una paloma, mientras el flagelo del hambre y la inseguridad continúen mostrándose como las grandes epidemias sociales de este nuevo siglo. Así lleve la paloma mil ramas de olivo en su pico. Entre tanto, los más débiles, seguiremos siendo las verdaderas víctimas, los empujados al destierro, hacia los muros y las barreras, hacia otros extremos no menos difíciles de la sociedad. Por consiguiente, un flujo importante de desdichados seres humanos continuará marchando por algún laberinto de este planeta, al compas de las agujas del reloj, con un puñado de sueños a cuestas, atravesando fronteras o mares con rabia y con la sed de una oportunidad; pero, sobre todo, con el peso de las grandes incógnitas que encierra una aventura de tal magnitud, bajo la mirada fría de los gobiernos frente al tremendo fenómeno migratorio.