El autor, que había viajado en su juventud por España, Francia, Italia y Alemania, consiguió que se confundiera la silueta ficticia del capitán Carleton con la verdad histórica que subyace en las páginas de la obra. La extraordinaria habilidad de Defoe logró que, en ocasiones, este texto fuera interpretado como un documento real y se extendió en un amplio mosaico narrativo en el que tienen cabida los usos amorosos, los turbios manejos de la Inquisición, las intrigas políticas o los tesoros culinarios de nuestra nación, que deslumbran al personaje durante su travesía.