Sea que se trate de la educación, de la salud, de la seguridad ciudadana, del combate a la pobreza, de una crisis económica, de una catástrofe natural o de cualquier otro asunto sustantivo, el referente obligado es el Estado. El distingo entre buenos y malos gobiernos suele hacerse, también, según sea su gestión del Estado. Qué y cuánto Estado se requieren o se esté dispuesto a admitir, es el eje que separa a izquierdas y derechas. El Bicentenario mismo recuerda, si no su nacimiento, un nuevo principio de soberanía. Para bien o para mal, nuestra cultura es Estado-céntrica; y no deja de ser sorprendente que la ofensiva mediático-comunicacional que pregona la desregulación y las bondades del libre mercado no haya hecho mella en una mayoría que continúa manifestándose a favor de que el Estado asuma mayor compromiso en diferentes áreas de la sociedad. Por lo tanto, no es extraño que la historia se haya escrito y entendido a menudo como historia del gobierno del Estado. La otra cara de este protagonismo, sin embargo, es el raquitismo de la sociedad y su dependencia del sistema político. El autor plantea aquí la cuestión del Estado en su más amplio espectro de significados, sin escamotear la concepción de la política implicada en la relación del Estado con la nación. Esta obra obtuvo el premio del Consejo Nacional del Libro en la categoría Ensayo inédito (2009).