Poco importa que Simon Hanselmann, autor de la serie, sea australiano, porque gracias o por culpa de la globalización, especialmente en lo tocante al ocio y la información, sus personajes retratan a la perfección a buena parte de la juventud de todo el "primer mundo". A los ni-nis, a los sobraos, a los abúlicos, a los losers. A todos aquellos que deciden pasar el fin de semana delante del televisor tragándose las series más infectas, ingiriendo Cheetos Crunchispracticando sexo con desgana y fumándose la selva del Amazonas. Las pequeñas historias a modo de pinceladas con las que Hanselmann va definiendo su fresco generacional no evitan ni los colores luminosos ni los más oscuros, transitando constantemente de la comedia gruesa, hiriente y cruel al drama más depresivo y desesperanzado. Si la comedia es tragedia más tiempo, Hanselmann, hijo de nuestro acelerado mundo 2.0, es demasiado impaciente.