Vilariño, a quien el poeta Antonio Gamoneda define justamente en estas páginas como pastor / de soledad, retoma la tradición paisajística del romanticismo anglo-germánico de Turner a Friedrich pasando por Blechen y la actualiza con ojos adiestrados en la abstracción y el gusto por texturas, superficies y manchas de color. El resultado es un mundo de soledad y silencio, un espacio de inminencias que responde al sueño activo de la imaginación y permite encauzar un afán trascendente que es también un deseo de dar presencia a la materia, de hacerla presente entre nosotros.