Edición de James Valender 2005
Nacido en Málaga en junio de 1905 y muerto en Burgos en julio de 1959, a Manuel Altolaguirre le tocó formar parte de una de las generaciones poéticas más brillantes de la España moderna. Como poeta, pero también como impresor, vivió durante muchos años en medio de una actividad cultural verdaderamente extraordinaria, codeándose con amigos de la talla de Federico García Lorca, Emilio Prados, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Gerardo Diego y Jorge Guillén. Por otra parte, sorprende la diversidad de los ámbitos en los que el malagueño se movió como creador: si bien se le suele recordar, sobre todo, como poeta e impresor, sería injusto pasar por alto su trabajo como crítico literario, como biógrafo (de Garcilaso), como dramaturgo, como director teatral, como cronista y, por último, como guionista y director de cine.
El presente volumen pretende no sólo juntar y ordenar los epistolarios ya publicados, sino también reunir el mayor número posible de las cartas que permanecen inéditas. Son varios los corresponsales nuevos. Entre ellos cabe destacar a Jorge Guillén, quien mantuvo una nutrida correspondencia con Altolaguirre a lo largo de los años 30; Juan Guerrero Ruiz, quien como director (con Guillén) de la revista Verso y Prosa (1927-1928), fue uno de los primeros en promover la obra del malagueño; el librero León Sánchez Cuesta, quien no sólo se ocupó de proporcionarle al poeta en ciernes los libros que éste le encargaba, sino que, más importante aún, mantuvo correspondencia con él sobre las diversas ediciones que realizaba y que él (Sánchez Cuesta) ayudaba a distribuir por medio de su librería; Manuel de Falla, quien desde tiempos de Litoral mostró un interés paternal en las actividades de su joven admirador; Edward Sarmiento, hispanista y poeta anglocolombiano que colaboró estrechamente con Altolaguirre y Concha Méndez en el lanzamiento en Londres, en el otoño de 1934, de la revista 1616; el profesor John B. Trend, que desde la Universidad de Cambridge, apoyó la misma iniciativa; Julio Mathías y Lacarra, un lejano pariente de Altolaguirre quien, hacia 1958, quiso actuar como agente suyo en España en relación con los diversos proyectos cinematográficos que el malagueño persiguiera entonces; Camilo José Cela, quien por las mismas fechas intentó incluirlo en su malograda Antología de la generación del 27; y María Luisa Gómez Mena, con quien Altolaguirre compartió los últimos once o doce años de su vida.
Cuando ha sido posible recogerlas, se han reunido también las cartas enviadas a Altolaguirre por sus contemporáneos, que incluyen a figuras tan diversas como Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Juan de la Cabada, Paul Éluard, Bernabé Fernández-Canivell, José Herrera Petere y María Zambrano. La mayor parte de éstas datan de los años de la posguerra (por desgracia, las que el malagueño hubiera conservado antes de julio de 1936 desaparecieron cuando su casa en Madrid fue destruida en un bombardeo). La inclusión de unas ciento veinte cartas escritas por colegas y amigos enriquece notablemente el volumen, ayudando a documentar el contexto tan cambiante en que la vida de Altolaguirre se fue desarrollando. Desde luego, esta compilación no pretende ofrecer al público la correspondencia completa del poeta, pero sí hacer un primer paso en ese sentido. En esta primera cosecha algunos años son mejor documentados que otros (son especialmente escasas las cartas que daten de la guerra civil); pero es de esperar que, en su conjunto, esta correspondencia ayude a echar luz sobre aspectos muy diversos de la vida y obra del hombre.