Cuando en 1982 se organizó en España la Copa del Mundo de Fútbol, se inició un proceso imparable hasta convertirnos en uno de los mejores anfitriones del mundo en la celebración de grandes competiciones deportivas. Este primer paso, que fue un gran éxito organizativo en sí mismo, quedó deslucido por un factor de especial importancia: la temprana eliminación del equipo local y la escasa implicación de la población en el propio Campeonato