La manteca colorá es un unte típico andaluz, un desayuno o merienda «ligero» hecho con manteca de cerdo, carne picada si la hay, pimentón, naranja o vinagre -el caso es que sea ácido- y una tostada de pan. Pero Manteca colorá es también, según su autor, «una novelita pulposa, ocurrida en un pueblo marinero de la costa más antigua y más castigada de occidente: la costa gaditana. El pueblito demarras se llama Conil de la Frontera y es el mismo que vio nacer a Luis Monje, el padre del Camarón de la Isla». Al ritmo de los golpes que tanto al estómago como al cerebelo debe sacudir la manteca colorá, Montero Glez traza el recorrido del dinero del narcotráfico en el Campo de Gibraltar, una «actividad» a la que se ven abocados todos los que, como El Roque y la ondulante niña de sus ojos, quieren medrar. Y con ese lenguaje irrepetible e inimitable con el que sólo él puede construir, tal y como afirma Arturo Pérez-Reverte, «páginas contundentes como un puñetazo o un golpe de navaja en la entrepierna».