No en vano los grandes partidos han pactado con UM para gobernar la comunidad autónoma convirtiéndose en activos cómplices del saqueo del erario público. Los escándalos tienen también su contrapunto grotesco al descolgarse el ascensor que portaba la cámara acorazada de Munar o descubrirse que parte del botín del PP yacía enterrado en latas de ColaCao.
Sa Princesa, como se la conoce en las Islas, convirtió el partido regionalista en una organización en la que se estableció una jerarquía mafiosa que impuso el cobro de comisiones, la compra de votos con dinero en efectivo, la vendetta y la ley del silencio. Recubrió su figura de joyas y diamantes, empleó como coartada para sus fechorías la defensa de lo nostro, de la identidad mallorquina, y se alió con el mayor editor de prensa de Baleares, Pedro Serra, para que a cambio de recalificaciones, museos y cantidades ingentes de dinero público silenciase lo que estaba ocurriendo.
Esta es por lo tanto la historia jamás contada del auge de esta casta que se supo intocable y de los años de «vino y rosas» en los que Mallorca fue suya. Pero a su vez es el pormenorizado relato de su estrepitosa caída, provocada tras la irrupción en escena de El Mundo, cuyas investigaciones, que sortearon amenazas de muerte y el asalto por la fuerza del domicilio de su director, han desembocado en la catarsis de una sociedad que contempla atónita cómo el paraíso del turismo en Europa se ha transformado en el jardín del Edén de la corrupción.