Lo último que percibimos de una persona es su sombra: esa figura alargada que se ennegrece al contacto con la luz, ganando fuerza a cada paso. Si la trayectoria es corta, habrá de ser destacable, para que los ojos puedan quedar prendados de ella. Del mismo modo ocurre en la elaboración de relatos breves, pues el tiempo que el escritor posee se escapa, y tanto palabras como historias han de ser lo suficientemente atractivas para que el lector no sienta desperdiciado el digno placer de leerlas. En los cuentos de Mala sombra se comete la temeridad (o valentía) de asomarse a una galería de personajes y situaciones envueltos en una bruma de suspense y melancolía: una mujer que espera a su amado en su cabaña en plena selva; un caballero obligado a volver a Madrid por culpa de una herida abierta en su pasado; una cita dividida entre la violencia y el deseo; la misteriosa musa de un pintor embelesado; un escritor que observa los actos de un matrimonio durante la presentación de su libro; un editor italiano de visita a un amigo en París, y todos ellos bajo la oscura sombra que se proyecta desde su interior, hacia un ambiente incierto en el que lo cotidiano y lo fantasmal se fundirán para, como uno de los personajes dice, ?aceptar nuestro lado voyeur [?] permitiendo conocer la privacidad de las personas?.