El autor, en el título de este libro, califica a los santos de frágiles llamas. Acertada definición, porque son candelas delgadas, de mecha corta, que una tenue brisa puede apagar. Son fuego, sí, porque se encendió en una hoguera que arde sin consumirse. No debe extrañarnos, pues, que a veces oscilen y vacilen, que les falte cera y que la lumbre amenace con morir. El mismo Moisés, en el Sinaí, se mostró tan frágil, balbuciente y hasta cobarde que nadie le hubiera encargado la misión de salvar a los hebreos del faraón, salvo Dios, claro está.