Por las páginas de esta obra desfilan personajes de la Biblia, el Talmud y la tradición hasídica. Como dice Elie Wiesel, «no se trata de santos, ya que no hay santos en el judaísmo. Tan solo hombres y mujeres. ¿La diferencia? Se supone que los santos son perfectos, y ningún ser humano lo es. Solo personas que aspiran a ser justas. Sin embargo, inevitablemente cometen errores. En otras palabras, es gente que, como toda la demás, ocasionalmente vive reñida consigo misma».
En esta obra también encontraremos discusiones. No son nuevas en la historia judía. Existían incluso antes que esa misma historia. No sin humor, Wiesel afirma que «cuando Dios preguntó a los ángeles si debía crear al hombre, se pelearon entre sí. Igual que lo hicieron las aguas superiores y las inferiores. Y el sol y la luna. Y Caín y Abel, Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, José y sus hermanos, Saúl y David, Hillel y Shammai. Si un judío no tiene a nadie con quien pelear, pelea con Dios, y lo llamamos teología; o pelea consigo mismo, y lo llamamos psicología. O se pelea con el psicoanalista, y lo llamamos literatura. Pero, por favor, no leáis mis palabras como una apología de la pelea, porque entonces yo me pelearé con vosotros. Lo que quiero decir es que los judíos nunca han tenido miedo de las peleas. Dos judíos y tres opiniones es algo mejor que tres judíos sin ninguna opinión».