Una novela que inevitablemente evoca la obra de Cortázar, Antunes, Joyce o Bolaño, con quienes ha sido comparado, posicionándolo en Estados Unidos como la gran revelación literaria latinoamericana de los últimos años.
Después de casi diez años como expatriado en San Francisco, donde andaba hecho el artista, Antonio cree que puede regresar a su Guayaquil natal y salvar al Ecuador de la pobreza y la injusticia. Leopoldo le ha llamado para que se lancen juntos a la presidencia en las próximas elecciones. Ambos amigos de infancia, que compartieron fervores mesiánicos en el colegio San Javier, tienen la oportunidad de recuperar su idealismo frustrado y convertirse en el futuro de su pueblo, a pesar de ser ellos mismos hijos de funcionarios públicos que en su día contribuyeron al saqueo del país. Mientras tanto, al otro lado de Guayaquil, Rolando y Eva intentan cambiar al Ecuador a través de obras de teatro y programas de radio, aunque los tórtolos saben que sus intentos son fútiles y ridículos, como lo es casi todo en el mundo.
La historia política y social del Ecuador de las últimas décadas -la corrupción, el populismo, los desaparecidos, la hipocresía de los que se creen su élite- sirve de marco a una novela que plantea el carácter absurdo pero necesario de las creencias revolucionarias de juventud que los años erosionan.