“No es posible enseñar a nadie a escribir cuentos. Como mucho, es posible aprender a reconocerlos cuando nos cruzamos con ellos, aprender a cazarlos para que no se nos escapen mudos. Estudiar cómo los demás cuentistas cierran un ojo y abren bien el otro (un cuentista sabe que una historia se ve mucho mejor reduciendo voluntariamente el campo de visión), observar cómo afinan su puntería (una buena historia es, quizá, la única presa que encuentra su plenitud cuando le aciertan en el centro): ése es el único modo que conozco de obtener algún conocimiento acerca del misterioso oficio de contar. Por eso estoy convencido de que, si alguien aprendió algo durante las entusiastas tardes del taller, ése fui yo.” (Andrés Neuman, “Continuidad del vuelo”).