En el Berlín de los años cincuenta, una ciudad dividida que se levanta sobre los escombros que ha dejado la Segunda Guerra Mundial, un hombre escribe. Rememora lo que han sido los últimos dieciséis años de su vida. Aunque se encuentra en Berlín él no es alemán. Nació en Madrid. De allí partió en la primavera de 1942 con uno de los últimos reemplazos de la División Azul para servir como médico en Rusia, en la guerra. Su vida, después de aquello, ya no volvería a ser igual.
Alfredo Eybler, escribe para escapar del silencio, la soledad y la desesperación, para exorcizar a través de la palabra los demonios que le atormentan. Vuelca en páginas en blanco lo que supuso para él aquella guerra, cómo sobrevivió a la derrota y al presidio, a trece años de presidio en Siberia, y el papel fundamental que Heinrich Adler, el verdadero Adler, cuya identidad ahora está usurpando, desempeñó en aquel período sombrío de su vida. Porque Heinrich Adler también era médico, como él, y durante todo aquel tiempo, los meses, los años, en los que trabajaron juntos, mano a mano, luchando contra el dolor y la muerte en el peor de los escenarios posibles, Alfredo Eybler descubriría que no era sólo su profesión lo que le ligaba a aquel hombre. Sus trayectorias vitales, distantes físicamente, y, sin embargo, tan similares, marcadas igualmente por la guerra, la que directa o indirectamente habían vivido en su juventud y aquella en la que se conocieron, en la que se encontraron inmersos contra su voluntad, hacían que, cada vez que miraba al rostro de Heinrich Adler, a Eybler le pareciese que, en realidad, lo que veía era su propia imagen, un reflejo de sí mismo, apenas distorsionado, en un espejo.