El 14 de septiembre de 2008 caía la financiera Lehman Brother con un pasivo
de 613.000 millones de dólares, y con ellos se derrumbaban las certidumbres
del mundo occidental. La creencia casi religiosa del mercado como un dios
intangible y juez de nuestras decisiones económicas, el capitalismo liberal
como sistema que albergaba nuestra forma de vida, la propia seguridad, el
futuro y las fuentes de trabajo, todo se tambaleaba ante nuestros ojos. La
incertidumbre cubrió con su manto oscuro la realidad.
Fue entonces que percibimos la omnipresencia de esta odiosa compañera: nada
tiene certeza, ni siquiera nuestra ignorancia. Vivimos sumergidos en
incertidumbres ¿Qué dirá el próximo párrafo? ¿Llegaré a leerlo antes de que
Clotis corte el tenue hilo de mi vida por un capricho de las Parcas? Tal es la
profundidad de nuestra falta de certezas, que para vivir las debemos ignorar;
de no ser así, apenas podríamos salir de nuestro estupor catatónico. Solo en
momentos de crisis tomamos conciencia de esta situación de por si curiosa:
debemos eliminar la incertidumbre para poder continuar con nuestras
existencias. La ciencia, la religión, las pseudociencias, la astrología, son
algunas formas de huir de estas dudas paralizantes. Pero entre estos
mecanismos que nos sirven de refugio, predominan las conductas irracionales y
es natural que así ocurra. Tendemos a pensar que el hombre -ese hipotético
homo económicus- toma medidas racionales, elabora concienzudamente sus
cálculos, medita sobre las decisiones que toma con detenimiento? y no es así.
Usamos la parte màs primitiva de nuestro cerebro para tomar decisiones
sofisticadas. Somos cazadores del paleíoltico con traje y zapatos.
Nuestras decisiones son más irracionales cuando los problemas que se nos
presentan son más complejos.
Ante esta caída del olimpo, ante estos ángeles que se tornan demonios
recurrí a mi amigo Eugenio Marchiori para que nos ilumine sobre las formas de
huir de este sentimiento de zozobra por dos razones: el conocimiento es una
forma de poder y por lo tanto un potente antídoto contra las estructuras
caóticas donde el conocimiento impone orden y cordura , y porque la amistad y
el afecto son quizás la forma más noble de compartir las incertidumbres que
nos acosan a lo largo y ancho de nuestras existencias.