Tal vez LOS CANTOS DE MALDOROR fueron dictados al conde de Lautréamont por una voz secreta, durante las pesadillas de las fiebres producidas por enfermedades que los puritanos llamaron vergonzosas, doble injuria semántica con la que se castiga el placer del mundo. Aunque también podría ser un libro procedente del infierno, o caído de alguno de los paraísos llamados artificiales, allí donde el ojo cree percibir las imágenes convulsivas de la Belleza.
Libro que se mantuvo oculto, durante cincuenta años, a la espera de sus lectores porque su imprecación no busca un fin utilitario, una solución a los problemas de la sociedad. Lamentarán haber leído este libro que surge del conocimiento desasosegado y que instala su reino entre la humillación y la ofensa.