Creyó estar llamada a la gloria cuando el emperador Napoléon III de Francia avaló la candidatura de Maximiliano para una misión increíble: ser el emperador de México. Cuando llegaron a la capital azteca,
fueron recibidos con el rechazo de la mayor parte de la población. Maximiliano decidió quedarse en México mientras ella regresaba a Europa para recabar el apoyo de su familia. Todos le volvieron la espalda.
Maximiliano fue fusilado por los partidarios de Benito Juárez y ella se quedó en Europa, con la cabeza definitivamente perdida, prisionera de su propio hermano y añorando hasta el último día de su vida una corona que nunca fue suya.