Si escribir puede ser en ocasiones como pintar, las composiciones de este libro son cuadros sonoros hechos de materia viva: la naturaleza, las plantas, los animales, el ser humano; se diría que una especial sensibilidad de la escritura va reconociendo las palabras por su son, como si las palpara musicalmente. El poema cuida del registro físico, corporal de las sensaciones, que funcionan como órganos del sentimiento y la emoción, en continuidad con un insistente pensar o con la pregunta de peso ético. La realidad, al mismo tiempo que se crea, también se desarticula y fragmenta; sin embargo, el signo fragmentario de Lo solo del animal no oculta la impresión de estar leyendo un único poema, tejido en los variados hilos que lo cruzan, en sus estratos permeables, en sus cambios de ritmo como figuras de la atención. Así, el trabajo de la forma que distingue a la poeta no produce una forma, sino que es cada vez la forma precisa, extraña, libre de que cada cosa llegue a decirse, a ofrecerse, como es.