Cuando Miguel Durán era niño, a finales de los cincuenta, de los ciegos, en España, se esperaba muy poco. En su pueblo natal de Badajoz, un niño como él, aunque feliz, tenía poco futuro. Pero, a sus diez años, su familia se trasladó, en busca de una vida mejor, a Sant Boi de Llobregat y allí lo afiliaron a la ONCE. En su internado de Alicante, Miguel Durán empezó a dar muestras de una vivísima inteligencia que, pocos años después, le tendría cursando la carrera de Derecho en Barcelona, al tiempo que trabajaba en una imprenta especializada en libros en braille.
A partir de ahí, el cielo era el límite: consiguió empleo como abogado, se casó ?pese a la oposición de la familia de su mujer, vidente? y se implicó en la democratización de la ONCE. En 1985 fue nombrado delegado territorial en Cataluña y en 1986 director general de la entidad. En 1990 la ONCE se convirtió en accionista de Telecinco y él fue nombrado presidente de la cadena. Compatibilizaba el cargo con el de presidente de la cadena Onda Cero, también participada por la organización. Sus apariciones públicas empezaron a hacerle conocido por aquel entonces. La proyección que consiguió para la entidad, el crecimiento del cupón (a costa de la Lotería Nacional), la apuesta por el mundo mediático, muy exitosa, en ciertos ámbitos (Telecinco, Onda Cero, Servimedia), pero un fracaso, en otros (Diario de Barcelona, El independiente), pasó factura. Durán dejó la presidencia de la ONCE en 1993. En 1996 dejó de ser presidente de Telecinco tras la adquisición del 25% del accionariado por parte del grupo Correo. Sigue siendo, pese a todo, el ciego más famoso de España y un hombre hecho a sí mismo al que nadie ha regalado nada.