El diario personal, durante siglos casi inexistente en el ámbito de la lengua española, es hoy uno de sus géneros más característicos y para buena parte de la crítica el que más se adecúa a las necesidades expresivas de nuestra época.
En el amplio repertorio de José Luis García Martín juega un papel estelar desde los lejanos tiempos de la revista Jugar con fuego. Y es que el formato del diario encaja a la perfección con su carácter y costumbres. Por voluntad y por destino, suele moverse García Martín entre las rutinas sedentarias (tertulias, clases, cafés) y un vertiginoso activismo itinerante que le trae de acá para allá (Avilés, Venecia, Aldeanueva del Camino, Nápoles, Nueva York, Ginebra, ), siempre recién regresado de algún viaje.
Si hay algo que él detesta casi tanto como la mala poesía (se trata de uno de los críticos literarios más temidos), es perder el tiempo. Por eso, para que no se pierda del todo, tiene por costumbre desde hace más de treinta años, anotar al final de cada día lo que la jornada le ha dejado entre las manos: impresiones o depresiones de alguna lectura, descubrimientos humanos o urbanos, conversaciones y discusiones con los amigos, encuentros inesperados con vivos o difuntos
El lector de este diario, como de todos los de García Martín, ya sabe que no se casa con nadie, pero que tampoco sería capaz de divorciarse de la inteligencia, única compañía de la que nunca prescinde.