La realidad habla. Y se habla realidad con la realidad. La realidad se puede evocar, copiar o representar. La verdad de la evocación, de la copia o de la representación es la similitud (o aproximación) entre la verdad del hablante o escritor y la cuota de «su verdad», que recibe el oyente o lector. Que recibe o reconoce. Entre hablante-escritor y oyente-lector se establece un campo de intensidad que hace más fluida o densa (opaca) la comunicación. La intensidad es intensidad manifiesta de intención. Pero apertura, igualmente manifiesta, de interpretación.
Se evoca desde lo sacro. Se copia con mirada sacra. Y se representa desde escenarios sacros. La evocación, la copia y la representación nunca son profanas. Porque el cuerpo que evoca, copia y representa es sagrado. Como sagrada es la naturaleza de lo evocado, copiado y representado.
El cineasta habla y escribe los sonidos de la realidad con los sonidos (y la luz) de esa realidad. El lenguaje escrito de la realidad es un sistema de códigos atípico. Sistema del que no puede excluirse la relación histórico-cultural del hombre con la naturaleza. De la carne (que es el hombre) con la piedra (que es su ciudad). De la carne con la piedra, en diálogo con la piedra-refugio. Que es santuario.