Traducción de Alicia Bleiberg
«La economía y la demografía preocupaban poquísimo a Runciman, los enfoques sociales le dejaban del todo frío, y no tenía paciencia ni dotes para el trabajo de archivo, que concedía a gentes de menos vuelo. [...] Pero, por otro lado, apenas nunca echaba mano de los recursos que suelen considerarse propios de "un historiador más bien anticuado", como se presentaba sin rubor. No se recreaba en los retratos de personas, no gustaba de aligerar el relato con una pizca de diálogo, no forzaba la mano en los trances dramáticos ni en los detalles pintorescos y excluía por entero la picante anécdota marginal y el "chisme" en sentido estricto. Por el contrario, la escritura de Runciman se distingue por la sobriedad, por la contención, casi diré que por la continencia. ¿De dónde, entonces, el favor de que gozó entre tantos lectores? [...]
Entre sus obras más afortunadas, es ejemplar al respecto Las Vísperas Sicilianas. [...]
El libro cuenta también la caída de un imperio y una caída de Constantinopla, pero ambas imaginadas, no cumplidas: es el sueño de Carlos de Anjou, a impulsos del Papado, de construir un imperio en el Mediterráneo frente al Sacro Romano de los Hohenstaufen.»
De la Nota previa de Francisco Rico
El 30 de marzo de 1282, cuando las campanas de Palermo llamaban a Vísperas, los ciudadanos sicilianos, al grito de «Muerte a los franceses», masacraron a la guarnición y a la administración de su Rey angevino. Para lo que son las matanzas, no fue muy grande; la sublevación de los sicilianos sojuzgados durante largo tiempo pudo parecer simplemente un movimiento de resistencia más. Pero ocurrió en un momento crucial. Carlos, Rey de Sicilia, Jerusalén y Albania, Conde de Provenza, Forcalquier, Anjou y Maine, Regente de Acaya, Señor de Túnez, Senador de Roma, Gran Vicario de la Toscana, autoritario tío del Rey de Francia, protegido del Papa, estaba a punto de zarpar desde Sicilia para saquear Constantinopla, someter a su persona el Imperio Oriental y su Iglesia a la de Roma. Se había convertido en el gobernante más poderoso de Europa; habría sido el más grande desde el Imperio Romano. La rebelión de Sicilia le cambió el destino, y él así lo vio: «Dios mío», le suplicó, «ya que ha sido tu voluntad arruinar mi fortuna, permíteme al menos caer poco a poco». Y así sucedió, lo mismo que con su reino; y al haberse comprometido con su causa el Papado, su caída significó el suicidio de la monarquía papal universal.
Sir Steven Runciman sitúa el clímax en las Vísperas, y nos lleva hasta ellas con un amplio movimiento narrativo que abarca todo el Mediterráneo del siglo XIII. La acción culmina con una conspiración urdida en Barcelona y Bizancio, con ramificaciones en Túnez, Jerusalén y Chipre, así como en Inglaterra y Alemania. La sostenida fuerza narrativa de Runciman, ya conocida por los lectores de La caída de Constantinopla 1453, se vuelve a mostrar aquí con brillantez.
Blog de Javier Marías:
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