Todavía resuenan por sus fantásticos encinares los ecos de la guerra civil, tan trágicamente sufrida en todos los pueblos de los alrededores. El autor nos conduce a los años inmediatamente posteriores a la contienda, justo cuando por allí andaba Zamora Vicente recogiendo datos para su tesis doctoral sobre "El habla de Mérida y su comarca".
Lo recordamos aquí porque el atractivo mayor de este libro es el abundante uso que en páginas se hace del habla dialectal, cuyos rasgos fundamentales el propio escritor, lingüista consumado, va exponiendo en algunos pasajes de la obra.
Es la que utilizan no sólo los personajes secundarios de la novela (pastores, criadas, porqueros, gañanes, hortelanos ), cuyo analfabetismo parece obligarles a ello. Así se expresan también el dueño del latifundio cuando se dirige a los trabajadores, como lo hace su hijo Juanín, trasunto del propio escritor y auténtico protagonista de la novela. Criado por un recia campesina, la tata Pitusa, el rebelde muchachuelo maneja un lenguaje que hubiese hecho las delicias de Chamizo. (El libro abre con una cita de Antonio Machado y versos de El miajón de los castúos). Las aventuras infantiles, los años escolares en el inevitable colegio de monjas, el descubrimiento de la sexualidad, las peleas con la pandilla y los años de Instituto de este cachorro de la burguesía terrateniente, bueno y sensible, va siendo evocados de forma tan cálida como lúcida.
Pocos extremeños se reconocerán hoy en este arcaísmo expresivo, rotundo y no pocas veces pleonástico, fuertemente ligado a la cultura agropecuaria, del que apenas quedan restos. Las instituciones educativas, al fin frecuentadas masivamente; la urbanización de los antiguos pobladores rurales; el periódico, la radio y la tele; las corrientes emigratorias; el dominio creciente de otros idiomas; los viajes por otras regiones y países; tal vez algún complejo de inferioridad (las clases poderosas hablan de otro modo), irían imponiendo el castellano normativo. Sin duda, la riqueza mayor de aquel código regional era su léxico, tan ligado a labores que ya están casi prácticamente desaparecidas, junto con unos usos sintácticos singulares.
No deja de sorprender que continúen en la conciencia de un lingüista cualificado, con más de media vida en el extranjero. El mismo que también recuerda vívidamente la literatura popular, las costumbres gastronómicas, los juegos infantiles, los refranes tradicionales, los ritos de paso, las canciones de ronda y corro, los elementos folclóricos miles, la extraordinaria riqueza etnográfica de la que se impregnó entre los encinares extremeños y de los que tantos testimonios conmovedores hay en estas melancólicas páginas. (Texto de Manuel Pecellín)