Pero no cabe hablar sólo de la esperanza que abre. Sino también de la responsabilidad cívica que plantea su presencia. Ciertamente, el pluralismo de formas de vida, de orientaciones políticas y de tradiciones culturales provee los miembros con que se tejen la convivencia y la gobernación de las democracias, un arte difícil que se torna imposible si el equilibrio se rompe. Sin duda, ese equilibrio entre pluralismo y cohesión cívica señala el punto decisivo del experimento multicultural, sobre el que conviene recordar la enseñanza histórica, ya argumentada por MILL, de la inviabilidad el orden democrático en situaciones de diversidad extrema.