Kadaré nos cuenta las primeras sensaciones que sintió al verse en París y la relación especial que desde entonces mantuvo con esta ciudad que años después le acogió permanentemente cuando pudo dejar su país. Durante años, cada mañana, aún hoy en día, ha pasado las horas escribiendo sobre una de las mesas del café Rostand, frente a los jardines de Luxemburgo. Por las páginas de " Las mañanas del café Rostand " pasan los recuerdos de sus vivencias en Tirana y Moscú, sus amigos de juventud en una Albania opresiva y gris, sus primeras lecturas de " Macbeth " , su pasión por las tragedias griegas, la libertad que vive intensamente en sus paseos por París, los escritores a los que tuvo ocasión de conocer, las " cosas inexactas, por no llamarlas " irresponsables " " que se le " ocurrían normalmente en España... " .
El café Rostand simboliza esa vieja tradición de los cafés franceses centroeuropeos y balcánicos, punto de encuentro del arte, la cultura, la literatura y lugar de debate de las cuestiones cotidianas. Refugio del escritor y lugar de inspiración, el café Rostand como hilo conductor permite a Kadaré evocar los cimientos de su vida literaria, la de un escritor a caballo entre sus raíces y sus sueños.