No hay que tenerles miedo a las heridas que se abren en el alma, con el tiempo cicatrizarán y quedarán como mudos testigos de las mil y una batallas que durante la vida hemos de librar. Pero sí es importante ser conscientes de que el tiempo endurece nuestros sentidos y nos vuelve insensibles al dolor hasta incapacitarnos para discernir entre lo pernicioso y beneficioso que nos atañe. Llegado ese momento, solo nos queda buscar un vacío en el que sumergirnos para aislarnos de todas aquellas interferencias que no nos dejan reencontrarnos con nuestro verdadero yo, para, así, poder oírnos a nosotros mismos.En esta novela, la conciencia nacida de la experiencia se entrelazará con la inconsciencia nacida de la inexperiencia para intentar, cada una por caminos bien diferenciados, encontrar ese engüento que les permita borrar el mapa de dolor que se ha dibujado en sus adentros, como se borran las cicatrices del agua.