\"Nadie es dueño de su mente\" escribe, a modo de conclusión, el protagonista de \"Las almas de los viejos\": Eleuterio Tristán Vencejo. Como su apellido final indica, estuvo atenazado durante toda su azarosa vida, ya desde que fue acogido en un orfanato, por la terrible pretina de la culpabilidad y la obsesión. Cínica paradoja del destino, su vida fue una antítesis del significado de su nombre. Vivió y murió prisionero de sus rumiaciones y del remordimiento. Su historia fue lúgubre, solitaria, umbría: yermo; reducido a devoto servidor impoluto -fiel en extremo a la madre patria-, como profesor del Real Conservatorio de Música de Sevilla. Jubilado, separado ineludiblemente de lo que diera sentido a su vida, es preso de una terrible culpa: todos los males que había hecho a quienes le rodeaban, especialmente a su amigo Borja -fruto de la extrema lealtad con la que sirvió-, exigían una expiación. Las pesadillas, los remordimientos y un deseo ciego de pedir perdón lo obsesionan. Eleuterio es esclavo de preocupaciones y dudas que lo llevan a dirimir y tejer teorías pseudofilosóficas en un fracasado intento de reparar una angustia ante una vida que adivina en su recta final. En este patético escenario transcurren los últimos años de la vida del protagonista, en la búsqueda desenfrenada por localizar a quienes había infligido daño, con el objeto de ser perdonado.