Cuando en 1930 Charkes Reznikoff publicó Las aguas de Manhattan , el canon literario estadounidense estaba ya cerrado y parecía indiferente a las aportaciones de los últimos llegados a la tierra de las oportunidades. Que el estilo de su autor fuera engañosamente sencillo e influido por la cadencia del yidis y la Torá solo hizo que resultase aún más fácil ignorarlo. Sin embargo, el tiempo demostraría que su novela es, junto a Llámalo sueño de Henry Roth, el otro gran pilar de la literatura judía en lengua inglesa, que figuras como Saul Bellow o Bernard Malamud se encargarían de afianzar.
Participando a la vez de la saga familiar y del Bildungsroman , la historia se presenta bajo la forma de un díptico bien diferenciado: en su primera parte, se narran los esfuerzos de la tenaz Sarah Yetta por salir adelante en una empobrecida comunidad de la Rusia zarista, mientras consigue emigrar a Nueva York en pos de una vida mejor; la segunda detalla los desvelos de su soñador hijo Ezekiel, quien, nacido ya en el Nuevo Mundo, lucha a su vez por abrirse camino en una ciudad tan despiadada como fascinante.