Un ferry zarpa del puerto de Buenos Aires con un niño de diez años a bordo. Lleva un largavista en el bolsillo a modo de lazo invisible con el mundo del que se aleja lentamente. Del otro lado del río lo esperan la familia uruguaya, las vacaciones, la obsesión por remediar la muerte de su perra Margarita. Y un verano iniciático: la excitación de las noches de carnaval, el temor que se despierta al contemplar la cara de un niño ahogado, la inocencia con que acompaña a un primo que va a perder su virginidad sin entender del todo lo que está pasando.
En Largavistas, Luciano Olivera propone al lector un juego sutil entre realidad y ficción. Un lente suave lo acerca a sus amores: el Abú, el fútbol, los perros. Pero también a los temores: el agua, lo desconocido. Un relato sólido que tiene al mismo tiempo la ligereza de la mirada infantil y la intensidad de un adulto que busca reconstruir su pasado. En una suerte de precuela de Aspirinas y caramelos, Olivera recupera recuerdos, inventa lo que falta y entremezcla sueño con fantasía.