Parapetados tras su juventud eterna, se alimentan de la vida y la experiencia de otros. No hay nación, pueblo ni gobierno, que les pueda imponer una condena porque sencillamente no existen. Nadia el autobús de línea que la deja frente a su instituto, pero esa mañana pierde el conocimiento y se despierta en un hospital, aunque no está exactamente donde debería, su cuerpo está tumbado sobre una cama y ella suspendida en una esquina del techo.