El lector tiene entre sus manos una obra embriagadora que avanza creciendo, que describe un mundo donde es posible la nostalgia entreverada con una mirada un poco triste del pasado, una delicia para cuantos disfruten de las narraciones de entonces, incluidas ahora como historias paralelas. La avidez insondable de una curiosidad que sabe trabajar el fuego de la emoción con brillantez manifiesta. El autor convoca a sus personajes y los desnuda, al tiempo que los viste casi simultáneamente, resultando más cómodos con la nueva apariencia que con la antigua. Los detalles que ofrece el relato revelan un observador certero que no se anda por las ramas; la huella humana del artista avizorando en los rincones de una existencia personal de azares y de pasiones en un rosario de hechos cotidianos, aventuras y debilidades Lo primero que cabe apuntar es que tiene un buen título, propuesto en un momento oportuno en que La televisión que yo viví tiene muchas cosas que decir en este juego cruzado que nos propone. Sin influencia de parte, nos muestra la televisión de antes, cual añoranza para hacer una crítica de ahora, en la que solo se espera la atención y el juicio del lector. 50 años de reflexión, a pinceladas sueltas, contadas en primera persona, partiendo de sus primeros años y sus peripecias personales. Hay completa coherencia en su proceso vital. Aquellos trazos que parecían irreconciliables, nos dan una visión de conjunto en la que todo encaja: la huella que dejamos en el breve paso por la vida. El lector tendrá que realizar un desplazamiento ideológico si quiere entender esa relación de circunstancias de las que habla el autor como justificación de su conducta. Lo hace con soltura, gracia y un certero olfato descriptivo, en cuyo curso brota, una vez y otra, el destello de la imagen entendida como plasma del conocimiento y del sentido: relato autobiográfico en el que el autor evoca su conocimiento del mundo y de la vida. Toda l...