Por lo demás, tiene poco sentido indagar si las primaveras árabes deben equipararse al 1789 o al 1848 de Europa. Es improbable que análisis dirigidos a esclarecer este asunto tengan un final feliz. Más parece que domina en estas pesquisas la rigidez de un eurocentrismo académico infructuoso que soslaya los ingredientes genuinamente árabes de la sacudida. Dicho de otra forma: el relato histórico de los dos últimos siglos en el mundo árabe no permite llegar a una estación en la que grosso modo se repitan las circunstancias que dieron pie a los citados episodios europeos.