Pronto se propaga la noticia del hallazgo, y desde ese mismo momento a Catherine no le quedará otro remedio que huir. Con la ayuda de otro arqueólogo y de un sacerdote con el que establece una ambigua relación, emprenderá una carrera contrarreloj para tratar de preservar los manuscritos de la codicia de gobiernos, coleccionistas sin escrúpulos y la propia Iglesia, que ve tambalear sus propios fundamentos.